Como bien sabemos, resulta más eficaz premiar a los menores por aquello que hacen bien, en vez de esperar a que hagan algo mal para corregirlo.
Esto quiere decir que, ante una situación cotidiana como puede ser ver a nuestros niños hacer los deberes al salir del colegio, será más útil para nosotros y para ellos, decir “Que bueno es mi niño, que bien te estás portando, cómo me gusta que hagas así los deberes, qué contenta estoy…” que únicamente corregir al menor cuando se distraiga.
Podemos y debemos corregir a nuestros menores, claro que sí, como padres educamos y debemos decir lo bueno y lo malo pero, no debemos caer en el error de corregir más que reforzar.
Con respecto al castigo, podemos decir que, para que este sea útil, los psicólogos solemos recomendar seguir las siguientes pautas:
-Aplicar o utilizar sólo en casos en los que lo creamos necesario y en situaciones que hayan implicado riesgo real para el menor.
-Nunca emplear el castigo físico ni psicológico.
-Aplicar de la forma más inmediatamente posible a la conducta que queremos exterminar o erradicar. Por ejemplo, si para nosotros los resultados académicos son importantes, llevamos todo el primer trimestre apoyando a nuestro niño y avisándole de las consecuencias de no cumplir con su labor de estudiar y llega diciembre con tres suspensos…puede que dejarle sin reyes parezca una medida extrema, pero no lo es a mi parecer, no va a pasar nada por ello, no va a traumatizar al menor y daremos de esta forma un castigo ejemplar que no provoca ningún daño, tengamos en cuenta que los reyes son un premio…y no ha cumplido con su deber.
-En contra de lo arriba escrito, también es cierto, que muchas veces no es necesario que el castigo sea grande o ejemplar, hay que tener en cuenta que lo que más corrige del castigo es el hecho en sí, no lo que implique. A vuestros niños no les gusta veros disgustados…no es necesario complicarse si la situación no lo requiere, son niños, se equivocan igual que todavía y siempre nosotros lo hacemos.
-Dar la oportunidad de restaurar la conducta. A veces, lo que los menores hacen, puede ser corregido. A veces, es más pedagógico utilizar estrategias como la compensación antes del castigo. Por ejemplo, si nuestro hijo con ocho años ha pintado una pared, más recomendable que aplicar el castigo resulta dar la oportunidad al menor de corregir su conducta: le damos un trapo y pedimos que limpie la pared.
-Más importante que el castigo, es que los menores entiendan por qué su conducta no es aceptable. Si no explicamos dónde está el error y por qué nos sentimos disgustados, corremos el riesgo de que el menor no nos entienda. ¿Qué he hecho ahora? Educamos, ten en cuenta que la comprensión mutua y hablar de la situación, es lo más importante.
-Además, nuestro patrón de actuaciones pueden ser copiadas por nuestros menores. Si en seguida recurrimos a los gritos, es posible que en el futuro nuestro hijo se comporte así ante un enfado. Debemos inculcar buenas pautas incluso en esto. Suelo recomendar seguir este patrón:
¿Por qué has hecho esto? (comprensión)
¿Cómo crees que me siento cuando veo esto? (inteligencia emocional)
¿Qué sentías antes y qué sientes ahora? (autoconocimiento)
¿Qué podemos hacer para arreglar esta situación? (pacto)
En resumen, podemos decir que el castigo puede ser una medida útil (no la más útil ni la única técnica o la más apropiada) para concienciar al menor de lo que ha pasado, ayudando así a tomar conciencia de la situación y dando la oportunidad de reparar lo ocurrido o tener una sanción que considera proporcionada al acto. Siempre debemos tener en cuenta su punto de vista y en esta situación, también.
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